La COVID-19 ha frenado muchas actividades comerciales, lo que ha llevado a una crisis económica a nivel mundial.
En México, esto ha afectado las finanzas de muchas personas y familias, sin embargo, no son las únicas en padecer las consecuencias. Los centros penitenciarios también han tenido que detener algunos de los talleres que reciben los internos, lo que repercute en la reinserción social.
Es por eso que las empresas involucradas en los programas de reinserción han repensado sus estrategias para continuar la educación o capacitación profesional en las cárceles.
Una de las alternativas que han tomado –y que incluso el gobierno de la CDMX replicó– es la elaboración de cubrebocas estériles y desechables, los cuales, además de ser comercializados, son distribuidos entre los reclusorios de la CDMX y el Estado de México.
Esta actividad es remunerada a los internos para que puedan continuar llevando sus gastos en la prisión.